Hay un espejo frente a mi cama, está empotrado en el armario. Tiene un lado oscuro que aún estoy intentando descifrar. Quizá las brujas tienen razón, puede que robe la energía mientras duermo. Tal vez, solo me obliga a verme a mí misma todas las mañanas cuando me levanto.
Mis estrías ya están cansadas de observar su reflejo, no se borran por mucha agua que tome. Están incrustadas en mí como grietas perennes. Hoy, mientras las observo igual que todos los días, recordé mi piel cuando era niña, impregnada de moretones y rasguños.
Andaba en bicicleta, muchas otras veces, en patines. No importaba el medio que me llevara con el viento, siempre aparecía la posibilidad de caerme. En ocasiones, veía la sangre impregnar mis rodillas, la limpiaba un poco con mis manos sucias de tierra y seguía andando.
La duda se instaló en mi cabeza junto con el recuerdo: ¿cuándo ocurrió el preciso instante en el que perdí esa determinación? En el que el mundo empezó a importarme demasiado y se despertaron mis miedos. A veces, solo me apetece darles un somnífero y volver a caerme de la bicicleta cuanto sea necesario.
Detrás de mí está la cama está a medio hacer. Ayer llegué de Madrid y me traje la angustia de sus calles desoladas. Dormir en hoteles es una odisea, en habitaciones que han sido de muchos cuerpos, menos mías.
Madrid huele a todo, menos a mar. Los aromas de las cañas y el cigarro se entremezclan en las arterias de esa ciudad. El barrio de las Letras tiene un olor diferente, allí se respira quietud y encuentros.
No pude predecir que este barrio me traería compañía con sabor a agua de jamaica. Ella hablaba de la vida y sus viajes, vagamente puedo recordar todos los países en los que dijo que ha transitado. Mi pensamiento se nubló entre sus palabras y una nube cargada llegó para quedarse. “¿De dónde te conozco?”, no paraba de decirme mi mente, como si de alguna forma intrínseca me pudiera responder con telepatía la mujer sentada frente a mí.
La cantina estaba por cerrar, pero antes nos quedamos mirando a los ojos y la telepatía tomó forma verbal.
— “¿Puedo darte un abrazo?”, dijo ella marcando la comisura de sus labios y su dermis repleta de vivencias.
Por un momento el silencio me arrebató el habla. Mi intuición era cierta.
— “No sé qué me pasa contigo, pero siento que te conozco de otra vida”, replicó.
Nos abrazamos como si nos conociéramos de esta y muchas otras experiencias humanas.
Con un abrazo pude redescubrir que existen las causalidades. La primera vez que me topé con una fue hace mucho tiempo, no estoy segura si tenía 7 años o más o menos. Mi abuela, consentidora de mis hábitos de lectura, me regaló un cuento que compró en un mercado de segunda mano.
No era un cuento cualquiera. Suelo leer la última página de un libro la primera vez que lo abro, pero en esa ocasión miré la primera página de una vez.
“Para Sara.
29/06/1999”.
Tenía una dedicatoria para su primer dueño, cuyo nombre coincidía con el mío y su fecha de regalo, con mi fecha de nacimiento. La única distinción era el año en el que fue regalado la primera y la segunda vez.
Ahora mis días continúan humedecidos de causalidades, como mis encuentros casuales con el espejo en las mañanas y la relación causal con las habitaciones de hoteles, que también pueden tener espejos frente a la cama.
Me encantó el final! Hay foto de la dedicatoria?
Muy bueno, increíblemente bien escrito :)